jueves, diciembre 15, 2011

Los ojos del Auriga, Jesús Ferrero

Auriga de Delfos, fotografía 0btenida de la red.


Un invierno estuve en Delfos. Nevaba copiosamente. Cuando descendí del autobús procedente de Atenas no había visibilidad a partir de dos metros y hacía un frío tétrico. Cené junto al fuego de una chimenea.

A la mañana siguiente abrieron el museo para mí y dos alemanes. Me impresionó el Auriga. Probablemente es una de las estatuas que más me ha impresionado en la vida. Pero no sirve de nada verla en fotografía, hay que verla al natural, estar junto a ella, sentir su respiración.

Da igual que le falte un brazo y de que el tiempo le haya robado el carro y los caballos que lo precedían. Está mucho más vivo que la persona que pudo haber servido de modelo, y que murió hace miles de años.

Es difícil saber por qué en cuanto uno permanece unos instantes junto al Auriga siente que ha entrado en una extraña intimidad con él, con su mirada tranquila y concentrada.

No es un auriga que vaya con los caballos al galope, más bien parece que van trotando por un camino elíseo, pero no se percibe en él sentimiento alguno de triunfo, tampoco de derrota. Sólo hay tranquilidad y concentración. Está mirando hacia afuera pero también hacia dentro. Y es esa fuerza dirigida hacia interior, tan característica de la mirada del Auriga, lo que más arrastra.

A las doce del mediodía ya me iba a ir de Delfos y seguía nevando. Un taxista borracho me propuso llevarme a Atenas. Percibí en mi interior la mirada del Auriga y me negué a subir al coche. Lo hicieron por mí los dos alemanes que me habían estado siguiendo por el museo como dos heraldos negros que estuviesen contando mis pasos. Les supliqué en español que no subieran. O no me entendieron o no me quisieron entender.

Al día siguiente vi sus fotos y la del taxista en la página de sucesos de un periódico de Atenas. Desde entonces siempre que estoy en Grecia me voy a ver la estatua que respira, de la misma forma que siempre que estoy en China voy a ver el Buda del Palacio de Verano. Extraños amigos que no mueren nunca y que me saludan desde el futuro, como si en ellos el túnel del tiempo se hubiese invertido y ya me estuviesen mirando desde un ayer por venir, que me hace sentirme perdido en el espacio y el tiempo y a la vez muy dentro de mí.

En ese mismo estado en que parece hallarse el Auriga, de atención flotante y a la vez concreta, hacia el interior y el exterior, hay que ubicarse cuando nos ponemos a pensar, y aquel día en Atenas me puse a pensar como pocas veces en mi vida.


Jesús Ferrero

2 comentarios:

NaDa dijo...

Pues me ha inquietado el artículo. Habrá que comprobar in situ las sensaciones que produce esa popular mirada.

NaDa

P.d. saludos a nuestro común amigo Ginés

Jose Antonio G. Villarrubia dijo...

Hola Nada!
Muchas gracias por tu visita, si, hay que ir, quizás habría que ir al santuario en busca del oráculo.
Creo que Ginés anda por allí.

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