martes, enero 20, 2015

Sagrario Benayas sobre Cuadernos de Pompeya (Después del Apocalipsis)

Ahora que estamos juntos / y siento la saliva clavándome alfileres en la boca, ahora que estamos juntos / quiero deciros algo, / quiero deciros que el dolor es un largo viaje, / es un largo viaje que nos acerca siempre vayas a / donde vayas, / es un largo viaje con estaciones de regreso, con estaciones que no volverás nunca a visitar, / donde nos encontramos con personas, improvisadas y casuales, que no han sufrido todavía.


A lo largo de nuestra vida tejemos muchos viajes, físicos y espirituales. Ya la existencia misma es un itinerario con numerosas estaciones hacia un mismo destino, y con diferentes trayectos, a veces opcionales. Cuando se visita Pompeya, como estudiante de arqueología, en la primera juventud, los ojos buscan, con rigor científico e inquietud investigadora, la sociedad y la cultura material que quedaron congeladas bajo un infernal manto de lava. Si se tiene la suerte de regresar bastantes años más tarde, con un bagaje existencial más pesado, las venerables ruinas parecen heridas exangües en la campiña napolitana, y nos interpelan, con un lenguaje mudo, sobre la esencia misma de la existencia y sobre nuestra propia peripecia biográfica. Los tipos cerámicos que anhelábamos descubrir, en una secreta ojeada, y que componíamos a través de pequeños fragmentos vomitados por la madre tierra, nos resultan casi indiferentes, frente a la tragedia humana de no poder aproximar ya unos labios ávidos a la boca de un vaso para saciar la sed, petrificados cuello, garganta, boca, labios, por la ira sangrante de un coloso, el volcán Vesubio, verdugo inmisericorde que segó la vida de los pompeyanos y arruinó haciendas tras su erupción en el año 79 d. C.
Desde el día 8 de enero de 2015 al 31 del mismo mes, el pintor José Antonio García Villarrubia expone, en el Archivo Histórico Provincial de Toledo, ochenta y seis acuarelas, de diferente formato, en el personal estilo que le caracteriza, a partir de los apuntes que tomó en un viaje a Pompeya y Herculano.
Las personas que no conocen el dolor son como / iglesias sin bendecir, / y yo quisiera recordarte, padre mío, que hace unos / años he visitado Italia, / yo quisiera decir que Pompeya es una ciudad / exacta, invariable y calcinada, / una ciudad que está en ruinas igual una mujer / está desnuda; / cuando la visité, sólo quedaba vivo en ella lo más efímero y transitorio: / las rodadas que hicieron los carros sobre las losas del pavimento; / así ocurre en la vida; […].
Es evidente que el acuarelista José Antonio G.-Villarrubia peregrinó a Pompeya y Herculano y encontró un luz hiriente, cenital, bajo la que se paseaban los fantasmas que se insinuan en su obra pictórica, entre las columnas de las casas pompeyanas y de Herculano. En su retina quedaron fijos para siempre las formas y el espíritu de la que fuera pujante ciudad romana, matrona fecunda y oronda, a cuyos pechos se criaban humanos y bestias (¡pobre perrillo enterrado que resucitó en el parto de las excavaciones arqueológicas!). En Pompeya y Herculano, el dolor se hizo materia inmortal, por obra y gracia del dios Vesubio. En 1748, el rey de Nápoles Carlos II de Borbón comenzó los trabajos de desescombro y apertura del yacimiento y su puesta en valor. El arte es expresión, consecuencia de una impresión estética o espiritual. Pero después de la catarsis, las ruinas adquirieron el equilibrio de la eternidad, a pesar de la negligencia de los poderes públicos italianos con esta competencia, en su conservación y mantenimiento. G.-Villarrubia ha ido más lejos, y con sus pinceles, balsámicos en nuestro espíritu, ha transcendido la materia, reconciliando a la Humanidad con la Naturaleza, y ha extraído belleza estoica de lo que fue horror e infierno.
[…] así ocurre en la vida; y ahora debo decirte / que Pompeya está quemada por el Vesubio como / hay personas que están quemadas por el / placer, / pero el dolor es la ley de la gravedad del alma, / llega a nosotros iluminándonos, deletreándonos los huesos, / y nos da la insatisfacción que es la fuerza con la que / el hombre se origina a sí mismo, / y deja en nuestra carne la certidumbre de vivir / como han quedado las rodadas sobre las calles de / Pompeya.
José Antonio G.-Villarrubia nació en Toledo (1965), y cursó estudios de diseño gráfico en la Escuela de Artes y Oficios de Toledo. En su juventud, ha sido discípulo del pintor Pedro Cano. Ha sido seleccionado, dentro de muestras colectivas, en los certámenes de acuarela Villa de Caudete (Albacete), en 2009; Ciudad de Ceuta; Benalmádena (Málaga) y Puig Rodá (Vinarós, Castellón), en 2010. Participó en las siguientes exposiciones durante 2008: colectiva, Academia de Bellas Artes Santa Cecilia (El Puerto de Santa María, Cádiz); colectiva, Galería Bernesga(León); colectiva, Castillo Pitamiglio (Montevideo, Uruguay); colectiva,Arte Club (Montevideo, Uruguay); colectiva, Palacio de Benacazón(Toledo) y, colectiva, Galería Adarve (Toledo); en 2009, colectiva,Bienal de Acuarela Villa de Caudete (Albacete). Ha exhibido su obra en la sala de exposiciones del Sitio Histórico de Melque (San Martín de Montalbán, Toledo) y en El Antojo (Toledo), en 2009. También participó, en 2010, en una exposición colectiva, en Ordizia (Guipúzcoa), y colgó, en la toledana Galería de arte Ar+51, la original exposición de acuarelas, Fleurs, en 2012. A partir de este momento, adquirió un mayor compromiso con su estética, como lo evidencia su presencia, cada vez mayor, en espacios artísticos, como la Exposición internacional de acuarela en Dos Hermanas (Sevilla). Fue finalista en dos certámenes: la Bienal de acuarela de Villa de Caudete (Albacete) y en el Certamen de Acuarela de Benalmádena (Málaga). Expuso enVenti per Venti, una colectiva (Nápoles, Italia). Es también ilustrador de libros.
Nota: La poesía Ahora que estamos juntos pertenece a Luis Rosales, tomada de: Poesía de tema arqueológico. Antología I, selección de textos: Rafael García Serrano, Ciudad Real, 1977, pp. 45-46.

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