Era curioso constatar que todo lo que antaño había sido la ciudad de Pompeya adquiría un aspecto totalmente distinto a medida que se producía ese éxodo. No era, cierto es, una ciudad viva, pero sólo entonces parecía petrificarse en una rigidez cadavérica. No obstante, de ella emanaba algo que hacía suponer que la muerte se había puesto a hablar, aunque de manera imperceptible, para los oídos humanos. La verdad era que aquí y allá retumbaba una especie de murmullo que parecía surgir de entre las piedras, y que solo se revelaba en el dulce sururro del sur, en el ancestral atalabus que dos milenios antes había zumbado de igual modo alrededor del templo, los mercados y las casas, y que ahora mecía las hierbas verdes y brillantes que cubrian las ruinas de las bajas murallas.
Gradiva, frafmento. Wihelm Jensen.
sábado, diciembre 20, 2008
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