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El Carpe Diem de los vencejos, Sagrario Benayas en el ABC Artes y Letras de Castilla la Mancha.
Por Sagrario Benayas
Han vuelto los vencejos (las cosas naturales siempre vuelven); las hojas a los árboles, / a las cumbres las nieves. / Han vuelto los vencejos; / lo que no es arte vuelve; / vuelta constante es la Naturaleza / por encima de las leyes. / Han vuelto los vencejos; / ¿ves como todo vuelve? (M. de Unamuno)
Llega el verano a Toledo y lo anuncian los heraldos de la naturaleza. Quien todavía observa los signos de las estaciones, no puede quedarse indiferente ante estas manchas negras que rompen el añil del cielo en un torbellino monócromo. Rasgan la luz, dibujan zig-zags con la tinta de su vuelo, descienden a ras del asfalto o del empedrado de la ciudad somnolienta, que se resiste a levantarse cuando ya enrojecen las fachadas de las nobles arquitecturas del Toledo profundo. Quien ha aprendido a mirar Toledo desde la infancia, como es el caso de José Antonio G.-Villarrubia, casi un lustro de veranos, conoce el lenguaje de estos pájaros estivales, de corto protagonismo –entre los meses de mayo y julio–. Chillan en un pantagruélico banquete de mosquitos, ávidos de vida, en un carpe diem. No vagabundees más. Porque ni vas a leer tus memorias, ni tampoco las gestas de los romanos antiguos y griegos, ni las selecciones de escritos que reservabas para tu vejez. Apresúrate, pues, al fin, y renuncia a las vanas esperanzas y acude en tu propia ayuda, si es que algo de ti mismo te importa, mientras te quede esa posibilidad. Estos teloneros del concierto del solsticio estival invitan a recorrer las calles de Toledo en compañía de su charanga. Así lo ha hecho el pintor, y en su retina quedaron los tonos pastel de las fachadas, bajo la luz solar de las primeras horas, desdibujados los perfiles, y las sombras de terciopelo. En su pintura, esos trazos gruesos de tinta china, los vencejos, faltan a los ojos del observador, pero sus grititos enloquecidos se oyen, como una música de fondo, verbenera y castiza. Muy acertada ha sido la fecha de esta exposición, que viene a recordarnos la futura primavera de finales de mayo y junio, que huele a Corpus en Toledo; y también a procesiones marianas, que parten con el fondo de portadas barrocas, las que plasma en sus obras José Antonio G.-Villarrubia.
Me confieso admiradora de la obra pictórica de José Antonio G.-Villarrubia. Creo que tiene mucho que ofrecer al panorama artístico de la Ciudad del Tajo. Desde el día 3 de abril al 28 del mismo mes, una muestra salida de sus pinceles cuelga en la Galería de Arte Ar+51, cuarenta y una acuarelas, resueltas según su estilo limpio y sereno. Se observa cierta evolución en su pintura, que se ha vuelto más jugosa y colorista; este último aspecto, con moderación, y basándose en unos preciosos azules tinta y un tono afrutado de rojo. Este color, que a mí me recuerda el vino de nuestra tierra, casi oloroso, subraya algún elemento de mobiliario urbano o de la arquitectura que, probablemente, se nos hubiera pasado desapercibido en el conjunto. Así, me encantan las señales de tráfico, en rojo, que añaden la nota contemporánea y el contrapunto al clasicismo de las arquitecturas históricas. Desde mi punto de vista, G.-Villarrubia, en esta exposición, se ha apartado de su maestro y referente, Pedro Cano, para “investigar” en las obras de los acuarelistas ya consagrados, como Bachetti, y en la manera de concebir el paisaje del admirado Arredondo. Se ve que el pintor ama Toledo. Se detiene casi con veneración en cada línea, en cada detalle de los monumentos que representa sobre el papel. De tal modo, que podrían formar parte estas acuarelas de una guía de Toledo. Sorprende el estudio de la luz que ha abordado, en dos de sus funciones; en algunas obras, la luz “congela” la arquitectura, la espiritualiza, y la hace inmaterial, claro homenaje al pintor cretense; y, en otras, la luz llega cargada de fuerza, cenital, y dota de alegría de vivir y bullicio a las calles toledanas. No plasma en ellas la figura humana, pero se escuchan las conversaciones matutinas y el ruido de los coches, el carpe diem, el latido de la vía pública. Ha utilizado, con timidez, nuevos recursos de expresión plástica, aún en embrión, y su lenguaje artístico se ha enriquecido, prometiéndonos una madurez espléndida. En fin, el arte, para él, es consecuencia de la inspiración y de mucho trabajo, de años de dedicación y disciplina. También de superar muchos retos personales, y fruto del diálogo permanente con la ciudad que le vio nacer, entre la permanencia y la evolución, justo en el barrio judío, cuando ya guardaban silencio los vencejos de aquel 1965.
Han vuelto los vencejos; / los del año pasado, los de siempre, / los mismos que hace siglos, / los del año que viene, / los que vieron volar nuestros abuelos / encima de sus frentes, / y encima de las suyas nuestros nietos / verán también volar, negros y leves. (M. de Unamuno)
Nota: Los textos escritos en cursiva están tomados de las siguientes obras: Armando López Castro, El rostro en el espejo: lecturas de Unamuno, Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 2010; Marco Aurelio, Meditaciones, Alianza Editorial, 2004.
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