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Sobre Fleurs, Mariano Serrano en ABC
La acuarela, según su etimología, es un procedimiento de pintar en el cual interviene el agua. De todas las técnicas pictóricas es la única que se pinta totalmente por transparencia. Su soporte, universalmente adoptado, es el papel y es el blanco del papel el que proporcionará la luz de la composición. La gran dificultad de la acuarela es que se ha de trabajar con pinceladas definitivas porque si se intenta insistir para rectificar, los colores se «embarran».
En Toledo siempre han existido grades acuarelistas, recordemos a Bacheti, Pintado, Arellano y el actual Julio González Ávila. Cada uno con su peculiar manera de ejecutar la acuarela pero todos con una calidad técnica y artística inigualable. Pues a este linaje de artistas se incorpora, con total merecimiento, José Antonio García Villarrubia. Todos ellos interpretaron a Toledo captando sus paisajes y rincones en luminosas composiciones con su propia identidad. G. Villarrubia también lo hace, como pudimos admirar en su última exposición «Oppidum» en Santa María de Melque. Allí nos mostró todo un recital de vistas toledanas, panorámicas, puertas y murallas con un tratamiento muy personal de la acuarela. Paisajes de tonalidades cuasi monocolor, donde las luces, las sombras y los volúmenes protagonizan la armonía de la composición. Algunos, sumergidos en la brumas del Tajo durante esas mañanas en las que un velo de luz envuelve las edificaciones, y sus perfiles se funden en una nebulosa cuado el sol pugna con la niebla, que sube del río, tratando de iluminar la Ciudad. Para captar esa atmósfera hay que haberla vivido y contemplado como ha hecho Villarrubia. En esa muestra ya pudimos sorprendernos con una concepción nueva y distinta de la acuarela tradicional.
En el arte, cuando un autor es capaz de identificarse por su obra sin necesidad de firmarla, es que ha logrado una personalidad artística, difícil de conseguir si no es con calidad, oficio y genio. Y este es el caso de G. Villarrubia. Ahora su característico estilo lo consagra al culto de las flores, armonizando la delicadeza cromática de los pétalos y las hojas con la suavidad de su textura y la atmósfera que las rodea. De nuevo la «atmósfera». Es la singularidad de las acuarelas de G. Villarrubia; el colorido confiere a sus composiciones éter, aire en el espacio. Y nos encontramos con una sucesión de conjuntos florales: lilas, margaritas, azucenas, rosas, hortensias, calas; inmersas cada una en su entorno. El autor titula a su muestra «Fleurs», poética denominación en su fonética para revelar la poesía que ha pretendido ofrecer con cada uno de sus cuadros.
Contemplando esta exposición recordé el artículo «Cultura de la obra de arte» del filósofo Eugenio Trías, diciendo: «Cuando me pregunto por el estado de nuestra cultura, una cultura en crisis -y una cultura de la crisis- siempre mantengo la no defraudada esperanza de que en el instante más desatendido, o en el momento más inoportuno, aparecerá, aquí, allá, una furtiva obra de arte que acabará convenciéndonos por la luz que late en su interior» Porque en medio de las manifestaciones artísticas que cada día nos consternan, las acuarelas de José Antonio G. Villarrubia son como una bocanada de aire puro procedente de la luz que late en el interior de su arte.
Los amantes de la pintura no deben pederse esta exposición en la Galería de Arte Ar+51 de la calle Venancio González 13 en Toledo.
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