Aquí, me dije, aquí se alzó en otro tiempo una ciudad opulenta; aquí existió un imperio poderoso. Sí, estos mismos lugares, ahora desiertos, una multitud de vivientes los animaba en otros días; un gentío inmenso circulaba entonces por estos mismos caminos hoy tan tristes y solitarios. En estos muros, donde reina un silencio tan tétrico, habrá resonado el eco de las artes y los gritos alegres de las festividades públicas; estos mármoles amontonados, formaban sólidos palacios; estas columnas caídas, adornaban la majestad de los templos; estas galerías destruidas, rodeaban las plazas públicas. Aquí concurría un pueblo numeroso a llenar los deberes respetables de su culto y atender a los cuidados importantes de su subsistencia. Allí una industria creadora de las comodidades, atraía las riquezas de todos los climas y se veían cambiar la púrpura de Tiro por el precioso hilo de la Siria , los tejidos delicados de Cachemira por los tapices fastuosos de la Lidia, el ámbar del Báltico por las perlas y los perfumes árabes, y el oro de Ofir por el estaño de Tule.
Constantino Francisco Chassebeuf, Conde de Volney, fagmento de Las Ruinas de Palmira